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Construcción Natural y Autoconstrucción

 

 

La templanza del sol seca el barro que la lluvia dejó. Una avispa sabe que es momento, amasa una bola perfecta y pasa zumbando con ella. Donde el viento ya no la alcanza hace de la bola un nido. El hornero embarra un pastito varias veces y hace del pastito un nido. En el árbol de al lado, un pájaro carpintero abre una puerta con el pico y hace un nido. Más arriba una colonia de cotorras chilla dentro de un matorral de ramitas. Ninguna fue puesta al azar. Otro nido.

Sopla el viento cada vez más fuerte, como siempre en esta época. No hay árbol que no se doble ni bicho que no lo sienta. Se miran sobre la mesa y sonríen. Brindan por haber llegado a tiempo con el techo. Era mucha paja la que debieron atar, parecía que no terminaban más pero sabían que era el cansancio nomás y que eran muchos.  Ni el ramerío en las paredes ni sus tres chicos se enteran del temporal  que los rodea.  Adentro hay calma. Hay un adentro. Con la panza llena se van los vecinos, familiares y amigos dejándolos disfrutar del rancho nuevo. Otro nido.

 

De la tierra al muro. Del muro al aire. Del aire al sol. Del sol al cielo. Del cielo a la piedra. De la piedra al río. Del río a uno. De uno a la tierra. Siempre así, nunca frena ni termina. Se transmite.

 

Lo hacemos desde hace muchos, muchos siglos. Doce milenios capaz.  Está más que probado que la tierra y sus inseparables compañeras, la paja y el agua, son nuestros materiales. Si hay un humano habrá cerca una casa de barro. Y al lado un pozo. Después de la lluvia en ese pozo habrá un charco. Habrá barro y sol. Otro nido.

 

 

Ni el aire, ni el sol, ni el cielo, ni el río, ni uno mismo, dejamos de ser tales porque haya un muro de tierra o de piedra.  Sin embargo no todo material cumple con la sagrada condición de formar parte del Ciclo de la Vida. Algunos, sobre todo desde el siglo XIX a la actualidad, son el resultado de complejas combinaciones y tratamientos químicos que, sin exagerar, arruinan dicho ciclo, saliéndose de él para siempre: se los produce a varios kilómetros de distancia y se los traslada consumiendo combustible fósil, otro de estos materiales; quien los hace cuenta con medios que no todos cuentan, más bien casi nadie; producen desechos inutilizables y muy dañinos, tóxicos. No sirve utilizarlos ni producirlos. A la larga o a la corta dañan la Vida.

 

Comprendamos que la Vida no produce desechos porque no” deshace” sino que permanentemente “hace”.  No hay nada bajo su poder que no sea útil, que no cumpla una función. La basura que nos tapa desde el siglo XX es la prueba de eso. Nadie sabe qué hacer con ella. Se busca reciclarla pero aún así sobran desechos contaminantes… ¡en la Vida nada sobra!

 

Entonces sabremos cuáles materiales usar y cuáles no respondiendo una sencilla pero obligada pregunta:

Si lo usara todo el mundo durante muchas generaciones, ¿el mundo quedaría intacto? ¿cómo sería nuestra vida?

Para esto debemos conocer lo que usamos.

 

Entre las propiedades de la tierra y demás materiales de construcción natural se encuentran:

+  fácil manipulación: no se precisan herramientas complejas para trabajarlos ni título profesional, propician el trabajo de toda la familia y de la comunidad.

+  fácil acceso: están debajo de los pies o a corta distancia. Esto evita usar combustible fósil para su traslado, y su consecuente contaminación, además de no precisar dinero para tenerlos.

 

Estas dos características del adobe (como le llamamos al preparado del barro para fines de edificación y revoque o a los ladrillos crudos hechos de este mismo preparado) lo hacen ideal para quienes se le animan a la Autoconstrucción, ya sea por necesidad o gusto. En ocasiones, no es posible pagar mano de obra  pero se cuenta con el tiempo y la energía para convertirlos en una casa. O , aunque se cuente con el dinero, no se desea gastarlo en algo que uno puede elaborar, sabiendo que en ese proceso la riqueza que resulta no es sólo material.

Quienes hemos hecho nuestra propia casa podemos decir que la autoconstrucción, además de alzar un ser, deja hecha una casa. Se empieza haciendo el rancho y se termina haciendo uno mismo. Y el rancho viene a ser un regalo de la tierra por el deber cumplido, por el esfuerzo. 

Tal vez me den la razón aquellos padres y madres cuyos hijos o hijas crecieron con la casa en obra, viendo a sus padres hacer el techo. Es indiscutible la conexión que les queda con aquellos recuerdos como algo motivador.

 

 

Cuando hacemos nuestro hogar se nos despierta algo sagrado adentro. Algo nos alienta y nos recuerda que lo podemos hacer sin problemas. Algo así como un instinto. Y no debe ser casualidad que nacemos y morimos con  la riqueza  de pedir ayuda y de darla, puesto que somos comunidades. Cooperamos, nos atendemos mutuamente. Y de esta forma nada es tan difícil y el saber u oficio necesario para tal tarea se nos presenta solito y nos golpea la puerta.

 

Hoy, año 2013, en plena era de la tecnología virtual, una tercera parte del mundo habita casas de barro. Cualquier persona de más de 50 años habitó o al menos conoce una casa de barro. Y la juventud de este nuevo milenio está recobrándole las fuerzas y el respeto que merece uno de los oficios ancestrales más antiguos de la humanidad: hacer su propio hogar y con lo que la naturaleza provee. Hacia allí vamos, lento pero seguros. Sabemos lo que hacemos y lo aprendemos.  

¡Otro nido!

 

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